19 de octubre de 2014

La Invasión Europea de 1492, La Independencia Nacional en el Llano Venezolano y Florencio Jiménez en Guayabal



 DESDE APURE:

LA INVASIÓN EUROPEA DE 1492, LA INDEPENDENCIA NACIONAL EN EL LLANO VENEZOLANO Y FLORENCIO JIMÉNEZ EN GUAYABAL


Por ARGENIS MÉNDEZ ECHENIQUE, Cronista de San Fernando de Apure.


“Nuestra historia arranca del indígena que habitaba estas tierras mucho antes de que llegase el español, no sabemos cuánto tiempo atrás; continuó sin interrupción durante tres siglos de la Colonia y prosigue en la República sin solución de continuidad…”



Eduardo Arcila Farías (1968). Historia de la Soberbia y otros ensayos; p. 36.

¿Se deberá conmemorar (o mejor diría, ¿lamentar?) esta importante fecha de nuestra historia, el 12 de Octubre de 1492, así como lo hacemos con el 19 de Abril, el 5 de Julio de 1811 y el 24 de Junio de 1821, principio y fin de una etapa de la redención sociocultural de nuestro pueblo?. Alguien dirá, y con razón, que esta fecha, el 12 de Octubre, marca el comienzo de nuestra tragedia existencial. El producto de ese choque, Latinoamérica, la nueva entidad, ha logrado su independencia política de los antiguos imperios ultramarinos europeos, sin embargo, la lucha continua en el plano económico, ideológico y filosófico; pero, ahora… contra el nuevo y poderoso imperio unipolar norteamericano, que es más pérfido en sus intenciones.


No se puede negar que este día, el 12 de Octubre, resalta en los anales de la Humanidad, de la Patria Grande Americana y de la Patria Chica Venezolana, nuestra Matria. Pues, esta fecha es memorable para Venezuela, para América y el Mundo, porque la visión de un nuevo continente, nueva gente, nueva sociedad, nueva fauna, nueva flora, para los europeos significó un vuelco total en su cosmovisión y concepción ontológica; y constituyó el momento de inicio de un largo proceso de integración del género humano. Simón Bolívar, El Libertador, ya lo anunciaba en su famosa Carta de Jamaica (06/09/1815), cuando señaló que no somos europeos, no somos indios, ni negros… sino un pequeño género humano, que hoy identificamos con el latinoamericano.


Creo conveniente recordar así también la tesis del mexicano José Vasconcelos sobre la “Raza Cósmica”, que nacería de un gran mestizaje universal creado en América. “Surgirá una quinta raza, la COSMICA, raza síntesis, “con la sangre de todos los pueblos”, y (…) tendrá su asiento “en la parte ibérica del continente americano” (Indología, 1924). Aquí entre nosotros, el historiador nativo Luis Beltrán Acosta reconoce la certeza de Vasconcelos al decir que “el ser humano ya es una mescla de abigarrados retazos interétnicos” (La Verdadera Resistencia Indígena contra la Corona española, 2009: 24).

Nada de esto debe extrañarnos, pues otros reconocidos autores, como es el caso de Leopoldo Zea, también lo justifican al hablar de la historicidad del hombre: “la vida humana tiene un carácter que les es peculiar, el no estar hecha sino el de tener que hacerse. El hombre (y por supuesto, también la mujer) tiene que ir haciéndose su vida, y la hace con los medios que su circunstancia le da. El tener que hacerse su vida, es lo que hace al hombre un ser libre”(La Filosofía como compromiso de liberación).


En esta misma línea de pensamiento, el reconocido pensador venezolano Mario Briceño Iragorri recomendaba que para existir como nación, tener patria, en el sentido pleno del término, hay que formar a nuestra gente con sentido histórico, crearle conciencia histórica de su devenir como pueblo, para combatir y prevenir la distorsión de nuestros valores culturales.


Y aquí señalamos que la añeja sentencia del filósofo judío Baruch Spinoza (1632 – 1677), tiene plena validez: “Si deseas que el futuro sea diferente, estudia el pasado”. Es una invitación a estudiar nuestro pasado, nuestra historia. Pero hacerlo con verdadero sentido crítico: “hay que buscarle la quinta pata al gato”, digo yo; con sentido de continuidad y pertinencia. Los procesos históricos son dinámicos, cambian, fluyen…”como los ríos a la mar”.


Algunos estudiosos de nuestra historia hablan de un proceso de nivelación social en Venezuela que comenzó mucho antes de la época de la Gesta de Independencia. Pero habría que pasearse por el panorama histórico de una sociedad esclavista, discriminadora, elitesca y expoliadora como ninguna otra era la hispana colonial, dominada, inicialmente, por un exclusivo grupo social: los blancos; y entre estos, los blancos criollos, los famosos “Mantuanos”, que constituían la Aristocracia Territorial Caraqueña, que es el caso venezolano, y los blancos peninsulares. Los primeros, descendientes de los conquistadores (“Viajeros de Indias”, según el psiquiatra –novelista 3



Francisco Herrera Luque), dueños de haciendas, ganados y esclavos; y los segundos, los nuevos invasores, venidos de España a detentar los cargos oficiales, de gobierno, en nombre del Rey (a hacer fortuna, realmente, como expresó en su momento el cronista Diaz del Castillo).


La supuesta nivelación dentro de la sociedad colonial venezolana, estratificada en cerrados estamentos (donde se manejaba el rígido criterio de que “vientre esclavo engendra esclavo”), se refiere al largo proceso de mestizaje etno -cultural que sufrimos a lo largo y ancho de trescientos años, y muy especialmente se alude a la Real Cédula de Gracias al Sacar, suscrita el 10 de Febrero de 1795. Este documento consistía en un arancel o tarifa donde, mediante el pago de una suma de dinero estipulada en cada caso, se concedían licencias, dispensas y prerrogativas a las personas que lo hubieren solicitado, incluyendo a los pardos, que de esa manera podían aspirar al título de “don” (cuyo supuesto significado era: “de origen noble”), que los equiparaba a los blancos (Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas, Fundación Polar, 1988: I, 638). 

Pero se sabe así mismo de la fuerte reticencia de los mantuanos a aceptar esa medida real que creó serios resquemores y conflictos dentro de la sociedad caraqueña. Los aristócratas criollos no podían aceptar codearse libremente con alguien de menor categoría social que ellos o con descendientes de sus antiguos esclavos. Eso era escandaloso. ¿Cuándo se había visto algo semejante?. Recuérdese el atropello cometido por ellos contra el padre de Francisco de Miranda, por ser comerciante, de origen canario y no español peninsular; y además, su esposa, madre del Precursor Independentista, era caraqueña no principal y panadera; es decir, gente del pueblo, como cualquiera de nosotros. El estigma persiguió al Generalísimo hasta los tiempos de la Primera República, que se perdió por las oscuras maniobras de los mantuanos contra él.


Debemos saber, así mismo, que los movimientos pre-independentistas en Venezuela, llevados adelante por gente de diversa procedencia étnica, se produjeron desde los primeros tiempos de la invasora presencia europea en nuestro continente; al respecto existen referencias en toda América. En Venezuela, entre tantos hechos, podemos señalar los casos de nuestro gran cacique caribe Guaicaipuro (1560 antes de la fundación de la ciudad de Caracas), del negro Miguel de Buría (1553, antes de la fundación de la ciudad de Barquisimeto), del zambo yaracuyano Andresote (1731, que también hizo sentir su presencia en Cazorla y en sus alrededores); de “La Gran Caribia” (1731 – 1744, terror de los jesuitas y gobernadores hispanos en la Orinoquia), el alzamiento del canario Juan Francisco de León (19 de Abril de 1749, levantado contra los abusos de la Compañía Guipuzcoana); el alzamiento del zambo coriano José Leonardo Chirino, en 1795, queriendo implantar entre nosotros “la ley de los franceses”; la conspiración de Manuel Gual y José María España en 1797, con su proyecto reivindicativo de los grupos étnicos marginados y donde estuvo implicado nuestro admirado Robinson (Don Simón Rodríguez), y las tentativas de invasión promovidas por Francisco de Miranda, en 1806. Sin olvidar innumerables intentos dados en otras latitudes de América, como los casos de los comuneros de El Socorro, en la Nueva Granada, y el del famoso inca Tupac Amaru, en el Perú, en el último cuarto del siglo XVIII, cuyo nombre se ha convertido en los tiempos actuales en un símbolo de lucha contra la opresión imperialista. 


Así como el 12 de Octubre de 1492 es, para nosotros, una fecha de recordar oprobios, podríamos decir que existen innumerables momentos estelares en nuestra historia referentes a la lucha por la libertad y la igualdad, sobresaliendo dos en nuestra memoria colectiva: El 19 de Abril de 1810, cuando en el cabildo caraqueño se inicia el movimiento de emancipación contra la España Borbónica sometida y execrada por Napoleón Bonaparte; y el otro momento crucial es el del 5 de Julio de 1811, cuando se declara formalmente la independencia política de Venezuela contra el finisecular Imperio Español, tal como lo recoge el documento genésico que le daría categoría de Estado libre y soberano a nuestra nación.


Sabemos que ese esfuerzo inicial se perdió y fue necesario que surgiese un nuevo conductor de pueblos y se diese la llamada Campaña Admirable, la Segunda y la Tercera República, las Campañas del Centro, de los Llanos, la de Nueva Granada, la de Carabobo y la del Sur que culminó en Ayacucho. Más de veinte años de lucha. El nuevo líder se encarna en la figura del caraqueño Simón Bolívar, quien mereció por su obra redentora que se le otorgase el título de LIBERTADOR, que él valoraba más que cualquier otro. 5



Y como para que no se olvide, este año estamos celebrando el Bicentenario de la proeza libertaria conocida como Campaña Admirable, punto de partida a la gloria de Bolívar.


Otro hito referencial en este camino de lucha por la libertad es el 15 de Febrero de 1819, momento en que el numen de Bolívar se eleva inmarcesible hasta las cumbres de la gloria para pronunciar su famoso Discurso de Angostura, preludio de la creación de la gran república de sus sueños: Colombia, nombre que tomó del viejo proyecto mirandino de crear un solo país con todas las regiones integrantes del mundo hispanoamericano. Bajo este nombre se cobijaron, inicialmente, tres grandes porciones territoriales del antiguo imperio español: Venezuela, Nueva Granada (que incluía al Istmo de Panamá) y Quito (Ecuador).


Con esto, que parece lo ignoran algunas personas, estoy señalando que el término “Colombia” fue creación de dos venezolanos: Francisco de Miranda y Simón Bolívar. Porque, aunque resulte paradójico, al Gran Almirante le fue escamoteada la gloria de que nuestro continente llevase su nombre.



Tampoco debemos dejar de señalar el 24 de Junio de 1821, cuando Bolívar, El Libertador, se muestra como un consumado maestro en la planificación estratégica y da pruebas de su magnífico dominio del arte de la guerra, sellando la Independencia de nuestro país, al frente de combativas tropas salidas de los santuarios de la llanura; y de singular importancia es el 9 de Diciembre de 1824, glorioso para la América entera, porque en esa jornada el Ejército Libertador, al mando del cumanés Antonio José de Sucre dio el golpe definitivo al poder español en este continente (lo que le valió el título de Mariscal de Ayacucho). Este hito histórico es importante señalarlo, porque si recordamos el 12 de Octubre porque constituye el inicio de la expoliación imperialista, la victoria de Ayacucho, el 9 de Diciembre de 1824 dio término a la dominación española en nuestro continente. Como se observa, siempre nuestro ejército y pueblo estuvieron y han estado presentes en empresas libertarias más allá de sus fronteras, nunca en actitud de opresión ni rapiña.


Igualmente reseñamos el 20 de Febrero de 1859, porque se inicia la Guerra Federal, con el pronunciamiento de Coro, persiguiendo los viejos sueños de redención social decretados por Bolívar (Haberes Militares, tierras y ganado, para los soldados de la Independencia y la libertad para los esclavos, entre otros), escamoteados por la llamada “Oligarquía Conservadora”, como la bautizó José Gil Fortoul, que estableció en la Venezuela de 1830 una constitución censitaria y esclavista, donde menos de un 8% de la población tenía el privilegio de ejercer sus derechos ciudadanos. Había que saber leer y escribir, ser libre y poseer una renta mensual de 50 pesos. De aproximadamente 700.000 habitantes que tendría el desbastado país para ese momento, recién salido de la Guerra de Independencia, aproximadamente unas 50.000 personas tenían derecho a elegir o ser elegidas para un cargo público. Toda una élite.


¿Quiénes tenían esos privilegios?. Los godos realistas, blancos, letrados y antiguos propietarios, que habían emigrado durante la contienda bélica y habían regresado al país una vez finalizado el conflicto, rodeando al General José Antonio Páez, adalid de la secesión en 1826 y en 1830; también los magistrados civiles y jefes militares, calificados próceres de la Independencia Nacional, enriquecidos a costa de los sufridos soldados de la revolución. La crema y nata de la nueva oligarquía, conservadora de los antiguos privilegios coloniales, terrateniente y esclavista, que venían desde los mismos tiempos de Cristóbal Colón, los Welser, Juan de Carvajal, Diego de Losada y los Mier y Terán, dueños de “La Cruz Rubiera”, predio llanero cercano a Guayabal - Cazorla.


Ese fue uno de los tantos caldos de cultivo en que germinó la revolución capitaneada por el General del Pueblo Soberano”, Ezequiel Zamora, frustrada tempranamente por la bala asesina de San Carlos, en enero de 1860, a un mes escaso del brillante triunfo en Santa Inés, donde fue clave la caballería llanera, una vez iniciada la persecución de las abatidas huestes centralistas. Así vemos con tristeza como la gran revolución popular zamorana, herida de muerte, vino a pasear su desgracia por los inhóspitos terronales de Coplé, aquí mismo, cerca de Guayabal, por ineptitud de un general que quería cambios revolucionarios que no alterasen su sosiego de terrateniente criador de chivos. 



Como se observa, el camino de nivelación social de nuestro pueblo ha sido largo y escabroso, y todavía no ha concluido.

Recordemos a esos compatriotas invisibles que nos han acompañado desde siempre y que son sangre y esencia de nuestra existencia mestiza: los indígenas. Esclavizados hasta hace poco por inhumanos e inescrupulosos terratenientes, muchos de ellos emparentados consanguíneamente con ellos. Las “guajibiadas” no están muy lejanas en el tiempo (recuérdese no más la nueva “Rubiera” de 1967 y otras más recientes masacres, donde jueces y escabinos han sido comprados por un plato de lentejas).

Creo que afortunadamente estamos tomando un poco de conciencia sobre nuestros desatinos: ¿Será por eso que hoy conmemoramos el 12 de Octubre, por obra y gracia del Comandante Hugo Chávez, como DÍA DE LA RESISTENCIA INDÍGENA?: “…jamás se dijo la verdad: que fue una invasión, como hacen todos los imperios, que fue un saqueo de nuestros recursos. Por más de trescientos años se llevaron el oro, plata, maderas valiosas, todo lo que pudieron llevarse”, como señala un destacado indigenista ecuatoriano.


Hoy la revolución bolivariana les está brindando por primera vez a estos desamparados compatriotas la oportunidad de ejercer sus derechos ciudadanos a plenitud, como protagonistas del quehacer político de nuestro país, su país, en los concejos municipales, en los consejos comunales, en los consejos legislativos, en la Asamblea Nacional, en el tren ministerial del Ejecutivo Nacional, en todas partes.


Así vemos cómo ha evolucionado, oficialmente, el calificativo de lo sucedido el 12 de Octubre de 1492. En 1892, fecha en que se comenzó a hablar del famoso “Día del Descubrimiento” (en la España que vivía soñando con sus glorias imperiales pasadas); luego se habló del “Día de la Raza” (comenzando por España en 1913 y que luego fue copiado en nuestro continente por Hipólito Irigoyen, Presidente de Argentina, mediante decreto del 04/10/1917; Juan Vicente Gómez, en Venezuela, lo hizo en 1921). En tiempos cercanos al Quinto Centenario se habló del “Día de la Hispanidad” (tanto en España como en América), en los medios intelectuales se habló del “Día del

Encuentro de Dos Mundos”; ante la ONU se propuso en 1992 la conmemoración del ”Año Internacional de los Pueblos Indígenas”, que en Venezuela se convirtió en “Día de la Resistencia Indígena”, por obra y gracia de la Revolución Bolivariana (el 10 de Octubre de 2002) como una reivindicación histórica a los atropellados y vejados pueblos aborígenes de este nuestro continente.
El 12 de Octubre de 1492 se inició el genocidio más grande que conoce la humanidad: “…no fue un simple descubrimiento o encuentro de dos culturas como lo quieren oscurecer ante los hechos reales, sino una masacre contra la humanidad, el exterminio de millones de indígenas del continente…” (Miguel Guatemal. “Manifiesto sobre el día 12 de Octubre”. Quito, Ecuador, CONAIE. Publicado por Argenpress, el 12/10/2006).


En los primeros 150 años de expolio hispánico (1503 – 1660), fueron llevados a España, según registros documentados en Sevilla y Madrid, unas 17.000 toneladas de plata y unas 200 de oro, que contribuyeron al desarrollo comercial y manufacturero de Europa, abriendo las puertas a la Revolución Industrial y al incipiente sistema capitalista moderno. ¿A cuánto llegaría el saqueo y la piratería durante trescientos años?. La respuesta estaría en las palabras de Eduardo Galeano: “Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha acumulado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y acumula en los lejanos centros de poder” (1971: 4).


Eso es en cuanto a lo rapiñado desde el punto de vista material; habría que añadir a ello todos los conocimientos que adquirieron sobre diferentes tópicos del saber humano, entre ellos sobre flora y fauna. Ellos, en su supina ignorancia, destruyeron los cimientos de culturas milenarias más avanzadas en muchos aspectos que la europea; sembrando a cambio servilismo y esclavitud, a través de la supuesta evangelización salvadora de los misioneros católicos. El famoso “Requerimiento”, que les era leído a los indígenas, que nunca habían oído en sus vidas la lengua castellana, exhortándolos a convertirse al cristianismo, es una muestra de la aberrante actitud de esta gente: “Si no lo hiciereis, o en ello dilación maliciosamente pusiereis, certificoos, que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y os haré la guerra por todas partes y manera que yo pudiere, y os sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de su Magestad y tomaré vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé, y dispondré de ellos como su Magestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere…”.



El historiador argentino Sergio Bagú (1911 – 2002), según Galeano (1971: 120), reconoce que “el más formidable motor de acumulación del capital mercantil europeo fue la esclavitud americana, a su vez, ese capital resultó “la piedra fundamental sobre la cual se construyó el gigantesco capital industrial de los tiempos contemporáneos”.


Nuestra vigente Carta Magna (1999) reconoce, en ocho artículos, los plenos derechos ciudadanos que tienen los pueblos indígenas venezolanos. Ese hecho constituye un importante avance, porque ya tiene rango constitucional.


La decisión, mediante decreto del Comandante Chávez, ordenando llevar los restos de Guaicaipuro al Panteón Nacional (Gaceta Oficial N° 37.336, del 30/11/2001) constituye también una irrefutable muestra de reivindicación de los derechos indígenas conculcados por los poderes imperiales de todos los tiempos y latitudes. Es reconocer que el gran cacique también fue un adalid libertario en la lucha contra el invasor español y debe, con todo mérito, reposar al lado de los Padres de la Patria.

Atrás quedó la concepción hispanista que potenciaba el eurocentrismo y la anglobalización; aquella que buscaba perpetuar la cultura occidental como la cultura, la cual cultura única, aquella que consideraba a la cultura anglo -europea como la cultura que debía imponerse…”, dice el tachirense José Pascual Mora García, en Discurso de Orden, pronunciado en la Plaza Bolívar de San Cristóbal, el 12 de Octubre de 2006.


Con las diferentes y desastrosas peripecias por las que pasó el proceso independentista venezolano, el más sangriento de toda América, después de la caída de la Segunda República, bajo la conducción del Libertador Bolívar, es cuando va a adquirir un tinte netamente popular. Fue necesario que media Venezuela pereciera bajo la cuchilla de Boves, Morales, Morillo y sus secuaces, para que nuestros dirigentes libertarios despertasen al clamor de las demandas de los depauperados hijos de la tierra de nadie. Es el verdadero pueblo en armas el que va a la guerra a reclamar sus derechos a la libertad y la igualdad.


Bolívar, “El Hombre de las Circunstancias”, a fuerza de triunfos y derrotas, se hace el más grande conductor de masas populares de su tiempo y de ejércitos invencibles cuando logra captarse a los llaneros, sociedad igualitaria y conformada por gente de diversa procedencia étnica. De los Llanos emergen como titanes, los heroicos centauros que, junto a los indígenas y negros esclavos de los distintos confines de la Patria por construir, van conquistar la gloria y la libertad de todo un continente. Los llaneros, “hombres de a caballo” fueron los verdaderos artífices de la libertad de América. Páez, Aramendi, los Farfán, los Pulido, los Palacio Fajardo, Rondón, Infante, los Mujica, Silva, Figueredo, Vásquez, los Jiménez, Muñoz, Camejo, Guerrero, Hurtado, Piñango, Zaraza, Cedeño, son apellidos que nos despiertan la mente con el clamor de sus homéricas hazañas.


Cuando estos desarrapados y olvidados de la fortuna comprenden el significado de la “diablocracia”, como les proclamara Pedro Camejo, “El Negro Primero”, en las arengas a sus compañeros de heroicidades, comenzó realmente la revolución social en Venezuela. Al respecto puede consultarse las obras de eminentes investigadores del tema social venezolano durante la guerra de independencia, como Juan Vicente González (quien catalogó a José Tomás Boves como “el primer demócrata de Venezuela”), Laureano Vallenilla Lanz, Rufino Blanco Fombona, Carlos Siso, José Gil Fortoul, Juan Uslar Pietri, Juan Bosch (el intelectual dominicano), Arturo Cardozo, Federico Brito Figueroa, Miguel Izard, Adolfo Rodríguez, José Esteban Ruiz Guevara, Asdrúbal González, Oldman Botello, Felipe Hernández, Armando González, entre otros.


En nuestra historia llanera de la Independencia existen dos figuras contrapuestas en los avatares de la guerra relacionados con la ciudad de San Jerónimo de Guayabal: uno, el español asturiano José Tomás Boves, y el otro, un ilustre hijo de este pueblo llamado Florencio Jiménez Madrid (algunos escriben Giménez). Aquí observamos las contradicciones de la vida. Pues, Boves, de los desposeídos de la Península Ibérica, viene a Venezuela y es apresado por contrabandista, siendo confinado a la aristocrática ciudad llanera de Calabozo. Al producirse los acontecimientos de Caracas en 1810 y 1811, este rebelde sin causa se pronuncia por la independencia, pero la godarria que dirige el movimiento en Calabozo lo rechaza y lo humilla. La espina de la amargura quedó clavada en su mente y su corazón.



Juan Uslar Pietri, en su Historia de la Rebelión Popular de 1814, nos dice que “Boves es el primer autócrata que tiene el mando absoluto de Venezuela. Es el primer “César” de nuestra larga historia caudillesca…”


Boves, estableció su cuartel general en Guayabal, ubicado en el suroeste guariqueño, a poca distancia de San Fernando de Apure (apenas 11 kilómetros de distancia). Esta comunidad, al igual que Calabozo, San Jaime, Camaguán, San Fernando, y otros pueblos llaneros, estuvo a punto de desaparecer de la geografía colonial venezolana por la terrofágica actitud de los Mier y Terán, Domínguez, Blanco, Marrero y otros personajes de la misma estirpe o pelaje.


Boves, hombre de agudos rencores, lleno de odio contra los mantuanos que lo despreciaron y humillaron, se incorpora al ejército realista para destruir todo rastro que los represente. Su bandera (negra, con dos tibias cruzadas, como los antiguos piratas del Mar Caribe) no es la del rey de España, sino la de la venganza. Y la ejecuta ferozmente a la cabeza de sus iguales, los llaneros, con quienes se ha identificado plenamente. Francisco Tomás Morales, segundo de Boves, y tan cruel como él, explica ese apego al caudillo: “Esclavos y llaneros, pardos y mestizos, parecen iluminados por la actitud de aquel hombre, “comía con ellos, dormía entre ellos, y ellos eran toda su diversión y entretenimiento, sabiendo que sólo así podía tenerlos a su devoción y contar cons sus brazos para el combate…”. Así mismo, ejemplo de su política lo constituye su famoso “Bando de Guayabal” (que algunos catalogan como un incipiente amago de reforma agraria), y para ascender en su milicia, ser beneficiado con lotes de terreno y otras prebendas debía presentar al comandante de su escuadrón un determinado número de cabezas de sus enemigos.



Boves luchaba contra los patriotas, pero no se sentía comprometido con la autoridad real; más cuando sus tropas estaban constituidas por mestizos, como la mayoría de los llaneros, indios, negros, zambos, mulatos y todas las combinaciones imaginables de los descamisados y desclasados de la sociedad colonial, que siempre habían estado enfrentados al poder español y a la plutocracia criolla, que eran descendientes de los conquistadores y saqueadores de los primeros tiempos de la invasión imperialista hispana. Boves dejó una estela roja en su camino de anti-héroe, pero murió pobre; su afán no estaba en acumular riquezas. Urica significó el fin de su imperio de terror y el pueblo llanero quedó sin un líder que lo condujese. Al llegar “El Pacificador de Tierra Firme”, lleno de ínfulas y orgullo clasista, se produce la desbandada. Pronto lo vamos a ver a la cola del caballo de Páez, Zaraza, Rondón, Muñoz, Farfán, Aramendi, Cedeño y otros caudillos independentistas, luchando ahora por sus propios derechos en la Patria que está por consolidarse.

El otro personaje vinculado a San Jerónimo de Guayabal es el general de caballería Florencio Jiménez Madrid, nacido en estos lares guariqueños, hacia el año de 1790, cuando todavía se vivían los momentos misionales de los capuchinos andaluces en esta región.


Sus padres, de prosapia netamente llanera, fueron: Don Hermenegildo Jiménez y Doña Ciriaca Madrid, que poseían ciertas posibilidades económicas. Era el segundo de dos hermanos. Estudió Florencio sus primeras letras en Guayabal y luego pasó a Calabozo, donde logró incrementar sus conocimientos primarios. Al pronunciarse la Independencia e iniciarse la guerra contra Monteverde, los hermanos Jiménez se incorporan a las tropas libertarias de Bolívar. No sucede los mismo con muchos de sus paisanos de Guayabal, que siguen al “Urogallo”. Acompañan al Libertador durante el todo su periplo por la libertad (hasta Ayacucho). José, el mayor, murió en la Campaña de Nueva Granada, con el grado de general de brigada. Regresado a Guayabal después de 1830, Florencio, quien había obtenido el grado de general de caballería, se dedica a atender sus bienes pecuarios y hace constantes visitas a Calabozo, donde conoce a la distinguida señorita Matías Lazo de la Vega, con quien establece un noviazgo que culmina en el nacimiento de un hijo: Francisco Lazo de la Vega, quien será después el progenitor del famoso bardo de la “ Silva Criolla”, el Doctor Francisco Lazo Martí, según información de otro ilustre hijo de Guayabal como lo fue el Doctor Julio de Armas Mirabal. En su pueblo nativo, Florencio establece relaciones con la señorita Benita Castillo, procreando cuatro hijos: Pedro, Zoila, Manuela y Eloisa. Esta última contrajo matrimonio con un descendiente del general Manuel Cedeño, el sacrificado héroe de Carabobo, originando la prole Cedeño Castillo: Serafín (1870 – 1925), Jesús, Casto, Fausto, Jerónimo…



Serafín fue ordenado sacerdote en el Seminario de Calabozo, por Monseñor Felipe Nery Sendrea, cumpliendo su labor apostólica por pueblos del Guárico, Apure y Barinas; se destacó como orador sagrado, periodista y poeta, escribiendo en 1898 una biografía de su admirado abuelo FLORENCIO JIMÉNEZ MADRID. Este texto ha contribuido de manera muy efectiva a esclarecer la información sobre la vida y actuación de este prócer guayabalero en relación a la confusión creada entre historiadores con el prócer Florencio Jiménez Sandoval, nativo de Quíbor, general de infantería, quien también había actuado en los mismos tiempos en las campañas por la Independencia. En este sentido hay que agradecer enormemente al Cronista de Barquisimeto, camarada Ramón Querales, acucioso y honesto investigador de este tema, que ha contribuido enormemente a esclarecer el embrollo.


Se debe señalar que existe una larga descendencia, tanto en Apure como en Guárico, de este ilustre héroe olvidado. Para muestra se hace referencia a algunos casos: Lauro Carrillo, famoso canoero del Paso de Elorza, sobre el Arauca, y cuyo puente lleva su nombre, era hijo de Fausto Cedeño Castillo, nieto del general Florencio; de esta misma rama familiar procedía el escritor cunavichero Manuel Antonio Cuervo (abuelo de la Profesora Flor Colmenares), y los hermanos Jerónimo y Sixto Cedeño. Y de Jerónimo Cedeño Castillo, hermano del sacerdote biógrafo, viene el Profesor Karl Cedeño, actual Presidente de la Caja de Ahorros de los Empleados del Ejecutivo del Estado Apure (2009 – 2013), de cuyo padre, José Rafael Cedeño, “Cuicas”, me precio ser amigo por más de cuarenta años (este camarada fue uno de los fundadores del Partido Comunista en Apure).



Espero que estos someros datos que hoy asomo sirvan para interesar a los estudiosos de los fastos de San Jerónimo de Guayabal a escudriñar y estudiar la vida de Florencio Jiménez Madrid, creador de Patria como tantos otros llaneros. Es un ineludible reto para los preocupados amigos Yunis Bautista Rojas, José Solórzano, Marcos Vegas, Freddy Jabano, Saúl Álvarez, José Correa, entre otros. Don Enrique León lo había asumido de esa manera.


Debemos entender que esa tarea no es sencilla, por la persistencia de muchos elementos retrógrados: “la sociedad capitalista, no sólo es violenta y absurda, sino que además es suicida. La velocidad con la que se están destruyendo los recursos naturales resulta demoledora. Por eso me parece fundamental ver hacia el pasado, rescatar lo perfectible de esas sociedades, lo justo, lo igualitario”, como señala acertadamente nuestro amigo “llanerólogo” catalán Miguel Izard (Entrevista: “Cimarrones llaneros crearon sociedades armónicas”. Todos Adentro. Semanario Cultural del Poder Popular para la Cultura. Caracas, jueves 28 de Mayo de 2009).


La moderna filosofía política dice que la soberanía reside en el pueblo; de aquí que es necesario educar en los nuevos valores al pueblo, si queremos realmente hacer una revolución social. Etimológicamente, este vocablo griego traduce “el gobierno del pueblo”. Esto significa también una visión diferente de lo que tradicionalmente se ha tenido por Democracia, desde los tiempos de la antigua Grecia, las ciudades – estados italianas y la constitución norteamericana, que siguieron patrones esclavistas.


Muchas veces esos entes malignos, asesinos de nuestra idiosincrasia y de nuestras mentes, están a nuestro lado y no detectamos a tiempo sus aviesas intenciones, porque con sus artes histriónicas nos hacen pasar lo falso por lo verdadero. Ejemplos hay muchos y todos los conocemos de sobra. “Incorporadas desde siempre a la constelación del poder imperialista, nuestras clases dominantes no tienen el menor interés en averiguar si el

patriotismo podría resultar más rentable que la traición o si la mendicidad es la única forma posible de la política internacional” (Galeano, 1971: 6).



Son los enemigos que trabajan en la sombra. Y en la sombra solo trabaja el crimen, como señaló Bolívar en algún momento de preocupada reflexión sobre el destino de nuestro pueblo.


Debemos reafirmar nuestra identidad llanera, venezolana y latinoamericana, mediante el estudio esclarecedor y el actuar honesto; pues, nacimos del oprobio y la rapiña, pero para reivindicarnos debemos escudriñar nuestros orígenes mestizos y conocer el alma genuina de nuestro pueblo. Pues el pueblo es sabio; es la voz de Dios, dijo alguien que no recuerdo; creo que es un viejo adagio popular español, pero que tiene valoración universal.


Briceño Iragorri en su filosofar orientador nos señala el camino: “…las escrituras de Bolívar son para los pueblos libertados por su espada como el aliento aún no vivo de su espíritu gigantesco” (Lecturas Venezolanas, 2007: 35). Habría que preguntarse con Marx, como señala Heinz Dieterich, si “¿puede la teoría arraigarse en las masas y convertirse en fuerza material capaz de destruir el viejo orden explotador?” (2005: 113).



Biruaca, 12 de Octubre de 2013.


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