De la Isla de Guahananí a El Yagual
(A la memoria del Maestro Manuel José Castillo Fernández)
Por: Argenis Méndez Echenique
En una alborada de hace 522 años arribaron a las costas del continente hoy conocido como América las castellanas carabelas de Cristóbal Colón, con su cargamento de ilusiones y esperanzas para conquistar un utópico Nuevo Mundo que permitiese a los europeos escapar de las garras de un ambiente miserable, oscurantista y caduco, donde imperaba el egoísmo, la hipocresía, la guerra y la explotación del hombre por el hombre. Este hecho, halagador y festivo para quienes llegaban, significó, en cambio, el inicio del vejamen, la explotación y la muerte para los obligados anfitriones nativos.
Durante cuatrocientos años la Soberbia e Imperial España conmemoró este inesperado suceso, calificándolo de “Descubrimiento de América” (la isla de Cuba duró bajo dominio hispano hasta 1898). Según esta concepción, ellos eran los primeros en llegar a estas tierras, no cayendo en cuenta que quienes los recibieron también eran seres humanos como ellos; y que, por supuesto, habían llegado primero y las habitaban desde tiempo inmemorial. Su mente medieval los llevó a diversas elucubraciones sobre el posible origen de estos entes, calificándolos como “inferiores”; la Iglesia Católica, con poder tanto celestial como terrenal, que compartía con los reyes de Castilla y Aragón, tuvo que dictaminar, a mediados del siglo XVI, que también ellos eran gente, con igual capacidad de raciocinio, sentimientos y emociones. Eran y son tan humanos como cualquier otra persona.
Pero la ambición de poder, de mando y bienes materiales pudo más que cualquier humanitarismo cristiano y el sometimiento (tanto del aborigen americano como del importado africano) continuó su curso de este lado del océano, bajo la férrea mano del esclavista hispano. Una larga estela de luchas contra el opresor marcó el camino hacia la libertad; en Venezuela, con banderas de diferentes colores étnicos: Guaicaipuro, Miguel de Buría, Chirino, Gual y España, Miranda, Bolívar… “¿Acaso -dice Simón Libertador- trescientos años no bastan…?
El 5 de julio de 1811 comienza formalmente el proceso de Independencia Nacional, pero es el inicio de una hecatombe de nunca acabar. Se pierde la Primera República, bajo la perfidia mantuana y la cuchilla canaria, y la Segunda perece bajo los cascos llaneros de Boves. Desaparece la Patria con la llegada del Pacificador Morillo y los restos de las fuerzas republicanas se refugian en las soledades de Casanare y Apure. Aquí renace la libertad, enristrando la lanza en el potente brazo de los centauros de la pampa llanera. El motín de La Trinidad de Orichuna dio su fruto y el valiente Páez es puesto a la cabeza del Ejército Libertador de los Llanos, por encima de oficiales de mayor jerarquía que la suya, pero que le reconocían su valor y pericia. La astucia, el carisma y destreza del caudillo se manifestaron en los inmarcesibles laureles conquistados en El Yagual, Mucuritas, Paso del Diamante, Queseras del Medio... Carabobo, Puerto Cabello.
La Batalla de El Yagual fue crucial para consolidar la jefatura del catire Páez y poder realizar la campaña libertaria de Apure. Del 08 al 11 de Octubre de 1816 se enfrentaron las bien entrenadas y dotadas tropas realistas del coronel Francisco López, Gobernador de la Provincia de Barinas, contra las desarrapadas menadas patriotas. Pudo más la bizarría, el ingenio y audacia de Páez contra todas teorías europeas de la guerra del opresor.
Aquí comienza la hegemonía llanera, que conduce al sacrificio en Achaguas del jefe español bajo el alfanje de Negro Primero y el reconocimiento de la suprema autoridad del Libertador en El Yagual, el 30 de Junio de 1817, cuando Páez hace formar sus tropas a orillas del caudaloso Arauca, frente a los coroneles Vicente Parejo y Manuel Manrique, comisionados de Bolívar para recibir el juramento de fidelidad tomado por el Padre Ramón Ignacio Méndez. El corolario de ese reconocimiento llanero fue la entrevista en el hato Cañafístola, entre San Rafael de Atamaica y San Juan de Payara, el 30 de Enero de 1818.
Parece que el destino le tenía marcadas las cartas al Padre Libertador, pues luego vinieron las victoriosas campañas de Nueva Granada, Carabobo, Ecuador y el Perú, donde en 1824 “el Abel de Colombia” rompió para siempre la opresión hispana iniciada en 1492.
Biruaca, 10/10/2014.
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